Los grandes regalos no suelen tener hueco en nuestra casa. Tenerlo
supondría haber estado viviendo con un gran vacío mientras llega. Es por
esto que muchas veces rompen y obligan a reorganizarlo todo. Y es por
eso que mucha gente los desecha, porque aceptarlo supondría un fuerte
cambio de planes.
Las personas más especiales no van a aparecer
en tu vida en una mañana soleada en la que todo está perfecto, quizás lo
hagan en mitad de una noche de lluvia. Nunca es el momento perfecto
para la tormenta perfecta. Nada es más difícil de encajar que dos vidas.
La salsa de la vida no son los sueños, ni las metas. Ni siquiera sus
logros. La salsa de la vida son las sorpresas. Aunque parezca mentira,
hay quien tiene sobre la mesa un regalo envuelto y no lo abre. “¿Para
qué?… si no necesito nada”, “tendré que devolverlo…”, “no lo merezco”,
etc. Pero los regalos no se merecen, se dan, se reciben y se abren… pero
no se merecen.
Muchas veces, de hecho, los regalos son injustos y
caen en manos de quien solo merece carbón, pero precisamente por eso
son regalos, porque son una nueva oportunidad para darle a nuestra vida
un rumbo diferente.
¿Por qué controlarlo todo? ¿Por qué vivir
anticipando? Es cierto que saber lo que se quiere y dónde se va son
pilares indispensables para adueñarse de uno mismo y caminar sin dar
rodeos. Sin embargo, en todo intento de control y dirección de nuestra
existencia debe haber un espacio para acabar a la deriva. Un espacio
para la magia, el misterio y las sorpresas. Como los pájaros: momentos
de aleteo voluntario seguidos de momentos en que cerrar los ojos, abrir
las alas y planear.
La verdadera riqueza no está solo en rodearte
de aquello que encaja a la perfección con tus gustos, tus hábitos o tus
preferencias. Todo aquel que se aferra a un catálogo pierde más de lo
que gana, pues en un mundo tan rico nunca una lista incluirá más cosas
que las que deja fuera. La verdadera riqueza está en saber cuándo tomar
el control y cuándo soltar el volante, apagar el GPS, dejarse llevar y
llenar tu vida con unas pizcas de alboroto. Enriquecerse no consiste en
poner el mundo a nuestro servicio para que encaje, sino en estar
dispuestos nosotros también a ponernos al servicio del mundo, ser unas
veces pie y otras zapato.
“El amor muchas veces empieza en acojone, es su forma de decir “aquí has de buscar””.
Presumimos con demasiada facilidad de que nos gustan las aventuras.
Pensamos que una aventura es subirse a un avión, saltar por un
paracaídas y compartir la foto, pero a pesar de ser una experiencia
excitante, le falta el toque más importante de una aventura: la
incertidumbre. A fin de cuentas, cuando saltas, sabes que lo más
probable es que vuelvas a tocar la tierra de la que partiste. Ahí acaba
todo. Sin embargo, en las auténticas aventuras el final está abierto. La
valentía está en atreverse a no volver, aunque al final acabes tomando
el camino de regreso, porque no importa que vuelvas tanto como que
fueras con la intención de entregarte al momento y sin retrovisor. Las
mejores historias no compran billete de ida y vuelta. Vuelvas o no.
Asusta mucho dejar de hacer lo que siempre has hecho y reconocer que
hay una chica o un chico que te encanta para quien no estabas preparado.
El amor muchas veces empieza en acojone, es su forma de decir “aquí has
de buscar”. Pero en un mundo de perfeccionismo y exigencias nada
apetece más que quedarse en casa debajo de la sábana. Es la zona más
segura y da miedo abandonar tu estado habitual. Por eso el amor hace a
veces temblar, porque amar es crecer y porque crecer requiere abrirse a
la zona de inconfort.
Poder decirle a alguien “nunca conocí a
nadie como tú” es objetivo y peaje. Objetivo porque nadie debería estar
con alguien que, en cierto modo, no de la vuelta a su mundo y le cambie
su forma de mirar, y peaje porque todo nuevo mapa asusta.
“Uno no ve un diamante y sigue caminando”.
Ve o no vayas, pero si te quedas que sea porque donde estás lo amas, no
porque donde pudiste ir lo temes. No existe una buena vida y una mala,
o, mejor dicho, no hay una sola fórmula para vivir felizmente. No se
trata de vivir soltero, en pareja o alternando, sino de elegir lo que
queremos con la total libertad que solo otorga haberse atrevido a probar
con plena atención, no con un pie en la orilla y otro en el agua, sino
con los dos a la vez y de un salto. Prueba, conoce, pero a corazón
abierto, (recuerda, como los valientes: de un salto y sin retrovisor), y
una vez lo hayas hecho, elige, pero que no decida tu vida ni el miedo a
lo nuevo ni el amor a lo seguro, pues si de algo son enemigos el miedo y
la seguridad es del crecimiento.
Nadie realmente genial va a
aparecer en el momento que tú esperas. Ella no lo va a hacer. Él no lo
va a hacer. Aparecerá cuando estés despeinado, cuando simplemente
buscabas paz, cuando “solo ibas a sacar al perro” o cuando “una copa y
nos vamos”. ¿Qué vas a decirle entonces? “¿No, perdona, es que el martes
me toca leer el nuevo artículo de El universo de lo sencillo?”. Uno no
ve un diamante y sigue caminando. Ojalá llegue un martes en que no estés
por aquí porque alguien ha roto tus planes. Ojalá te eche de menos
porque estés improvisando.
Déjate sorprender, atrévete a probar y decide después.
Desmontando a Harry.
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